Intelectuales y política

Hoy me ha llamado poderosamente la atención el artículo de Ramin Jahanbegloo, filósofo iraní y catedrático de Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto, titulado El temor de los intelectuales a la política.

El Dr. Jahanbegloo parte del ensayo de C. P. Snow Las dos culturas (1959), en el que se explicaba que la falta de comunicación entre las ciencias y las letras suponía un freno para la solución de los problemas mundiales, para señalar que en el siglo XXI está ocurriendo algo similar entre los intelectuales y la política. “Pocas veces han estado tan alejados los intelectuales y el mundo político. Los intelectuales críticos son una especie en peligro de extinción. Temen la política y se diría que la política muestra una indiferencia absoluta por todo lo que se pueda denominar intelectual. Hay muchos otros que consideran que nos encontramos ante un declive de lo intelectual. Según ellos, la intelectualidad se ha distanciado de la esfera pública para acercarse a un mundo cada vez más profesionalizado y más empresarial. En otras palabras, los intelectuales están perdiendo su autoridad pública para dirigirse al poder, al tiempo que cada vez son más incapaces de realizar sus funciones de una forma independiente y crítica. Nunca se habían mostrado tan profundamente opuestas la conciencia crítica y la esfera pública.”
Efectivamente, “asalariados, ocupando cátedras o titularidades permanentes, pensionistas, muchos intelectuales se encuentran encadenados a la rueda de una carrera y una profesión respetables que paradójicamente estanca su capacidad para la crítica en un contexto no conflictivo.” Es más, “con la aparición de la aldea global post-industrial, dominada por las redes mediáticas y la comunicación tecnológica, en las que las voces disidentes suelen estar acalladas, una “epidemia de conformismo” ha paralizado al completo la vida pública, convirtiéndola en una entidad impulsada única y exclusivamente por el mercado.”
El autor parte del affaire Dreyfus para la aparición del “intelectual”, que defiende los valores universales por encima de los políticos del momento. Ejemplos: Zola o Sócrates. “Con su mayéutica –conócete a ti mismo- Sócrates invitaba a los atenienses a interrogarse. Y aunque sea un fin en sí mismo, aprender a interrogarse es también una condición y un punto de partida para cualquier intelectual que quiera obrar honestamente. La honestidad es abrirse a la pluralidad humana: es cobijar la idea, intrínseca al trabajo de un intelectual dialógico, de que cada persona contiene “multitudes”, como dice Whitman en su “Canto a mí mismo. Todo intelectual necesita de esta multiplicidad, no sólo para conectar con los otros, sino también para ensalzar y valorar, como un elemento constitutivo del mundo, las diferencias que existen entre las personas. La idea de diferencia presupone otro valor igualmente esencial a la condición de intelectual: el respeto.”
Porque “si no se lee y se ejerce el espíritu crítico, la historia podría convertirse en una simple repetición de los errores humanos.” Ramin Jahanbegloo cita a Hannah Arendt: “el problema del mal será el tema fundamental de la vida intelectual de la Europa de posguerra, de la misma manera que la muerte fue el tema de reflexión fundamental después de la Primera Guerra Mundial” y a Max Weber: “el compromiso intelectual requiere la ética del héroe, pues hace falta una gran valentía moral para enfrentarse a las responsabilidades que se adquieren en la esfera púbica.” Y concluye: “Mientras los humanos sigamos creyendo que la esperanza no es una palabra fútil, los intelectuales no dejarán de ser útiles en todas las sociedades.”

Importante artículo, que debería mover a la reflexión. Creo que el poder sin la inteletualidad se convierte en capricho. Tengo escrito en El triunfo del humanismo que perdimos un gran momento histórico cuando Erasmo de Rótterdam no aceptó la invitación del Cardenal Cisneros de trabajar en Alcalá de Henares (“Non placet Hispania”) y de colaborar con el proyecto de Carlos V. De haber sido así, nos habríamos ahorrado la Reforma protestante, el Concilio de Trento y muchas calamidades posteriores. Y estoy de acuerdo con el Dr. Jahanbegloo en que estamos en uno de los peores momentos de la historia en la relación entre los intelectuales y la política. Son los peligros de una sociedad acomodada, de una “sociedad del espectáculo”, en el que el fin de muchos políticos es ganar elecciones y perpetuarse, a costa de no arriesgar y no hacer lo posible por mejorar el mundo. La gestión sin Liderazgo.

Por otro lado, a muchos intelectuales, que defienden las H de la Honestidad y Humanidad (respeto), les faltan otras dos H: la Humanidad (se creen por encima de los demás, les puede la arrogancia) y el sentido del Humor, prueba fehaciente de seguridad en ellos mismos, de una sana “inteligencia emocional”. Si el intelectual es percibido por la ciudadanía como soberbio y triste, como un agorero distante, poco impacto puede lograr en la sociedad.

Sin embargo, soy optimista. Creo que las ideas y la acción están condenadas a entenderse y que la tecnología y la globalización promoverán la diversidad y el sentido crítico. En esta línea, la elección de Barack Obama (uno de los presidentes de Estados Unidos con mayor capacidad intelectual y un defensor de valores universales) es un paso en la buena dirección. Deberíamos aprender del movimiento que ha supuesto al otro lado del Atlántico y en todo el planeta. Imagino (confío, deseo) que Europa pronto irá tomará ese camino.