Ciudades felices y padres brillantes

Curioso el “análisis” de la revista Forbes sobre las Ciudades más felices del mundo. El ranking que da como sigue:
1. Río de Janeiro (Brasil)
2. Sidney (Australia)
3. Barcelona (España)
4. Amsterdam (Holanda),
5. Melbourne (Australia)
6. Madrid (España)
7. San Francisco (California, E.E. U.U.),
8. Roma (Italia)
9. París (Francia) y
10. Buenos Aires (Argentina).

Simon Anholt obtuvo los resultados tras entrevistar a 10.000 personas en veinte países. De Río destaca “el buen humor y la buena vida”, así como el Carnaval, “imagen de felicidad” (bien por el marketing).
De Barcelona, medalla de bronce, el bueno de Simon se queda con que es “la clásica ciudad mediterránea” y de Madrid, “su vibrante cultura y su alta calidad de vida”.
El propio Simon Anholt comenta que esta clasificación es el resultado de percepciones de ciudadanos, no de ningún criterio supuestamente objetivo.
En fin, no sé si no es más feliz en un delicioso rincón de la Toscana o viendo la luna llena frente al Mediterráneo que en medio de un despropósito de obras interminables…

Por otro lado, esta tarde he estado leyendo Padres brillantes, maestros fascinantes, del psiquiatra brasileño Augusto Cury. El Dr. Cury, autor de best-sellers en su país (como Nunca renuncies a tus sueños), subtitula el libro No hay jóvenes difíciles, sino una educación inadecuada. Ciertamente.

¿Qué nos propone Augusto Cury? Si bien considera que “nunca estuvimos tan perdidos en la ardua tarea de educar”, afirma que “educar es creer en la vida”, es “sembrar con sabiduría y cosechar con paciencia. Educar es ser un buscador de pepitas de oro que va tras los tesoros del corazón”.

En su primera parte, el Dr. Cury explica los “siete hábitos de los buenos padres y de los padres brillantes”, que son:
1. Los buenos padres dan regalos, los padres brillantes ofrecen su propio ser: “Enseña a tus hijos a hacer del escenario de su mente un teatro de alegría y no un escenario de terror.”
2. Los buenos padres nutren el cuerpo, los padres brillantes nutren la personalidad: “Prepara a tu hijo para ser, pues el mundo lo preparará para tener”. “Transmite fuerza y seguridad a tus hijos” porque “el pesimismo es el cáncer del alma”.
3. Los buenos padres corrigen errores, los padres brillantes enseñan a pensar: “Educar no es repetir palabras, es crear ideas, encantar”.
4. Los buenos padres preparan a sus hijos para los aplausos, los padres brillantes preparan a sus hijos para los fracasos: “La felicidad es un entrenamiento”. “Lleva a los jóvenes a observar los momentos sencillos, la fuerza que surge de las pérdidas, la seguridad que brota del caos, la grandeza que emana de los pequeños gestos” porque “los secretos de la felicidad se esconden en las cosas simples y anónimas, tan distantes y tan próximas”.
5. Los buenos padres conversan, los padres brillantes dialogan como amigos: “Conversar es hablar sobre el mundo que nos rodea, dialogar es hablar sobre el mundo que somos”. “El diálogo es una perla oculta del corazón, tan cara y accesible”.
6. Los buenos padres dan información, los padres brillantes cuentan historias: “Cautivad a vuestros hijos con vuestra inteligencia y afectividad, no con autoridad, dinero o poder”.
7. Los buenos padres dan oportunidades, los padres brillantes nunca desisten: “Los padres brillantes son sembradores de ideas y no controladores de sus hijos”.

En la segunda parte, Augusto Cury detalla los siete hábitos de los buenos maestros y de los maestros fascinantes: conocer el funcionamiento de la mente, tener sensibilidad, educar la emoción, utilizar la memoria como fundamento del arte de pensar, ser inolvidable, resolver conflictos en el área y educar para la vida.

En la tercera, los siete pecados capitales de los educadores: corregir en público, manifestar autoridad con agresividad, ser excesivamente crítico, castigar cuando se está enfadado y poner límites sin dar explicaciones, ser impaciente y desistir de educar, no cumplir con la palabra dada, destruir la esperanza y los sueños.

En la cuarta parte, Cury presenta las cinco funciones de la memoria humana:
1. El registro en la memoria es involuntario
2. La emocionalidad determina la calidad del registro
3. La memoria no puede borrarse
4. El grado de apertura de las ventanas de la memoria depende de la emocionalidad
5. No existen recuerdos puros (los recreamos)

Y en la quinta parte, La escuela de nuestros sueños, nos presenta el Proyecto Escuela de la Vida, para “formar pensadores”, con técnicas como la música ambiental en el aula, sentarse en círculo o en U, la exposición cuestionada (el arte de la interrogación), exposición dialogada (el arte de la pregunta), ser contador de historias (hablarle al corazón), humanizar el conocimiento y humanizar al maestro (contar nuestra historia), educar la autoestima (elogiar antes de criticar), gestionar los pensamientos y las emociones, participar en proyectos sociales.

El libro finaliza con “la historia de la gran torre”: “Si la mitad del presupuesto de gastos militares de todo el mundo se invirtiera en educación, los generales serían jardineros, los policías poetas, los psiquiatras músicos. La violencia, el hambre, el miedo, el terrorismo y los problemas emocionales estarían en las páginas del diccionario y no en las de la vida…”

Más allá de los hábitos y los pecados capitales, el Dr. Cury basa su planteamientos actuales (el libro es de 2007) en la neurología. Básicamente, en el RAM (Registro Automático de Memoria), que provoca que nuestra memoria registra todo, involuntariamente (en los ordenadores, elegimos qué guardar); el SPA (Síndrome de Pensamiento Acelerado): la televisión muestra unos 60 personajes por hora, que compiten con la imagen de padres y maestros y generan compulsión por nuevos estímulos. Para Cury, “el SPA es la principal causa de la educación mundial”. Y la MUC (memoria de uso continuo o consciente) y la ME (memoria existencial o inconsciente): el 90% de la información va hacia la ME. Por ello, “multiplicamos los conocimientos, pero no las personas que piensan”.

Necesitamos padres brillantes, profesores brillantes, directivos brillantes, dirigentes políticos brillantes para ganar el futuro. Y sin embargo, ese talento escasea. Lo que tenemos es que el 14% de nuestros jóvenes ni estudian ni trabajan, según la OCDE. Son la generación “ni-ni”. Están alienados, apáticos, indolentes, abandonados a la “mala suerte”. Esperando que otros le solucionen el problema. EL 54% de los españoles entre 18 y 34 años dice no tener proyecto alguno del que sentirse ilusionado o esperanzado. Sólo un 10% de los jóvenes pertenece a una asociación (la mayoría, deportiva) y menos de un 1% a una ONG, según el catedrático de la UNED José Félix Tezanos. Y sólo un 40% de nuestros jóvenes tiene un trabajo acorde con sus estudios, según la Unión Europea. ¿No es terrible?