El Liderazgo discursivo

Estupenda jornada de Lidera, el programa de Desarrollo de Liderazgo para mujeres de la Comunidad de Madrid. Más de 100 profesionales, un total de 10 horas de seminario (en dos segmentos: mandos intermedios y directivas) y la presencia, junto a María Benjumea, la creadora de todo ello, de dos grandes mujeres referentes. Por la mañana, Mª Eugenia Girón, ex Consejera Delegada de Carrera y Carrera, emprendedora especialista en empresas de lujo (pionera del lujo sostenible) y autora del libro Secretos de lujo. Por la tarde, Laura González-Molero, Presidente de Merck. He disfrutado muchísimo de la exposición de ambas ejecutivas, ejemplos vivos del nuevo Liderazgo. Lidera es una de las actividades con las que más disfruto de todo el año. Es impresionante que más de 2.000 mujeres hayan pasado por esta iniciativa.

Mi amigo Fran Carrillo Guerrero, socio-director de La fábrica de discursos y formador de oratoria persuasiva y comunicación pública, ha publicado este artículo en el semanario Atlántico y ha tenido la amabilidad de mandármelo. Se titula Liderazgo discursivo.

“Una de las acepciones que incluye la RAE para definir el término discurrir es “andar, caminar a través de diversos lugares”. De discurrir viene el sustantivo discurso, entendiendo este como reflexión y raciocinio que se aplica sobre antecedentes o principios. De entre todas las que aplica el diccionario etimológico, nos quedaremos con la mencionada para explicar la falta de discurso y de liderazgo discursivo entre los líderes políticos españoles de la actualidad.
Se achaca a nuestros próceres con asiduidad su falta de raciocinio o reflexión a la hora de tomar decisiones trascendentales para el futuro de España. Y el desapego de la ciudadanía a las actuaciones de los mandatarios refrenda dicha posición. El problema del atrincheramiento ideológico que parece vivir el país alrededor de los dos grandes partidos se debe fundamentalmente a la orfandad percibida por la ausencia de un liderazgo en la forma y en el fondo que palie deficiencia retóricas comunes.
Juan Carlos Cubeiro, uno de los grandes referentes sobre talento y liderazgo en Europa, siempre argumenta que el liderazgo es cuestión de capacidad por compromiso, talento para influir eficazmente en los demás. Estoy de acuerdo. Es lo que hizo Obama durante la campaña electoral que le llevó a la presidencia. Otra cosa sea su credibilidad agotada poco tiempo después, en mi opinión por no haber administrado correctamente los tres conceptos que le dieron la presidencia y que son decisivos en todo orador que desee conseguir el apoyo y respeto de la concurrencia: sinceridad, naturalidad y sencillez.
Cubeiro posee un blog, “Hablemos de talento”, en el que vuelca sus vivencias, reflexiones, viajes y aportaciones activas y preactivas que pone en común con la sociedad virtual del conocimiento. Recomiendo su lectura pues estamos hablando del mejor blog sobre liderazgo, talento, coaching y comunicación que existe ahora mismo en internet. Extraigo una de sus últimas perlas profesionales: “lo importante es trabajar la convicción y mantener la firmeza, algo que requiere estabilidad y atención”.
Por ello, para ser convincentes y firmes, suelo aconsejar a políticos y empresarios que el triunfo de su discurso debe basarse en los tres sólidos pilares que ya mencionamos antes: sinceridad, naturalidad y sencillez, claves para conseguir atención o lo que es lo mismo, generar ilusión. Eso es lo que la gente demanda y no otra cosa, a pesar del muro que muchos desean construir que niegan esta realidad. La gente aplaude al político sencillo, que pronuncia y se expresa para que lo entienda tanto un premio Nobel de Economía como un niño de doce años. La gente apoya al candidato natural, que no deja percibir impostura en sus formas y mensajes, que se expresa con la credibilidad que le otorga asumir, digerir y emocionar con aquello en lo que cree. La gente, por último, vota al líder sincero, que no admite discursos de conveniencia, que es honesto y adquiere respeto a medio plazo por la convergencia entre palabras y hechos.
Nunca está de más recordar las célebres disputas dialécticas en los Estados Unidos de mediados de los años 50 del siglo XIX. A un lado, el senador Stephen Douglas, brillante orador, discursista fajado en multitud de foros, pero conocido por sus proclamas de conveniencia, alejado del discurso tipo que antes esbozábamos. A otro lado, el Honesto Abraham, como llamaban a Lincoln, un hombre de menor altura retórica que su rival, pero que supo ganarle todos y cada uno de sus duelos parlamentarios por entender mejor que nadie la necesidad de presentar un discurso sincero, sencillo y natural, hablando sólo de lo que se sabe y escuchando lo que quiere la gente para devolvérselo en forma de palabras. Conocimiento de lo que hablaba y elección de las palabras adecuadas a partir de una creación, maduración y asunción de un discurso personal y pasional pleno.
Rubén Turienzo, escritor en la vanguardia de la estrategia personal y la influencia social en España, afirma en su última obra Saca la lengua (LID Editorial) que “el único garante de futuro es la honestidad”. Correcto. Un político que base en su ego el porvenir de su marca personal está perdido. El atrincheramiento ideológico es fruto de la superposición de egos retóricos. Es hora de salir de la jaula conceptual y volver a escuchar, a entender, a epatar en definitiva.
He aquí pues un requisito fundamental para el triunfo del candidato político: la escucha, tercer elemento de la triada de virtudes que fundamenta a todo buen orador. La escucha te proporciona humildad, pues sabrás lo que necesitan aquellos a los que les solicitas algo, sea el aplauso, el reconocimiento o el voto. Las otros dos son la lectura y la escritura: una te aporta el conocimiento para hablar de aquello que sabes, obviando aventuras dialécticas no asumidas. La otra te otorga pericia para construir los cimientos de tu hábitat retórico, la estructura de tu casa dialéctica, tu cobijo de creencia personal. Y esta es precisamente la pauta que los políticos deben seguir si quieren alcanzar el liderazgo con su discurso. Suelo resumir con el acrónimo C.R.E.E. lo que debe impulsar al orador que busque persuadir, conmover, emocionar, transformar…
La C significa que hay que creer en lo que uno dice para convencer de lo que se cuenta. Por eso la importancia de hacer cada vez más personal e íntimo nuestro discurso y compartirlo con los demás (el triunfo del storyteller). La R abunda en la percepción del razonamiento. Hay que razonar, fundamentar, argumentar cada una de nuestras ideas para resolver cualquier entorno comunicativo difícil, cualquier contexto complejo donde nos asalten con preguntas incomodas y debamos entonces hilvanar un discurso preciso para solventar el momento de crisis. Hay que tener en cuenta que el argumento que no viene respaldado por una evidencia o sostenido por un ejemplo no es un argumento, sino una opinión. El oyente puede entender que una opinión, por muy veraz que sea, no deja de ser una opinión, y por tanto, no desmerece la que pueda tener él mismo. “Frente a tu opinión, la mía”, viene a pensar. Por tanto, evidenciamos cada cuestión que declamemos.
La primera E significa escuchar para entender. Virtud antes explicada. Si no escuchamos no lograremos entender que quiere la concurrencia. Defecto presente y constante en los políticos españoles. No le hablemos a los convencidos. Escuchemos a los dudosos y generémosle una ilusión a partir de la siguiente E: epatar para emocionar. Sólo lograremos emoción (como Al Pacino cuando despierta el apetito dormido de su equipo en la película “Un domingo cualquiera”) si conseguimos conectar con el público. Y eso sólo se hace siguiendo la secuencia idea (emoción)-pausa (tensión comunicativa)-silencio (incrementar la expectativa)-idea (pasión). Se entra por el corazón para convencer con la cabeza. Como decía Plutarco, “la mente no es un recipiente que llenar sino un fuego que prender”).
El liderazgo discursivo debe componerse, por tanto, de estos elementos (emoción, pasión, escucha, estructura e historia personal), para lograr credibilidad y respeto. Los políticos en España deberían empezar a cultivarlos si quieren volver a exportar ilusión entre los ciudadanos. No hacen faltan pirómanos del discurso, sino fareros que iluminen el panorama político del momento. De momento, habrá que esperar.”

Las cinco muestras de agradecimiento de hoy. Muchas gracias a Fran por el artículo, a María Benjumea por ofrecerme a formar parte del Programa Lidera desde el inicio, al Maestro Carlos López por la precisión y pasión con la que coordina el programa, a Mª Eugenia y a Laura por su inspiración, que nos anima a liderar cada vez mejor.