El viaje es el destino

Domingo de descanso después de una semana muy intensa.

He estado leyendo el segundo libro de Tal Ben Shahar, The pursuit of Perfect (La búsqueda de la perfección), que pude comprobar antes de ayer en el stand de la FNAC del Congreso de la Felicidad. El profesor Ben Shahar, que lleva una década enseñando Felicidad (la psicología tradicional se centraba en la neurosis, la depresión y la ansiedad, la psicología positiva, que es la ciencia de la felicidad, en las condiciones para liderar personas, organizaciones y comunidades). La tesis de Tal, sólidamente refrendada, es que “o aprendemos a fallar o fallamos al aprender”. El perfeccionismo es una especie de neurosis. Sin embargo, conviene distinguir entre perfeccionismo negativo (inadaptativo, neurótico) y perfeccionismo positivo (adaptativo, saludable), que el autor llama Optimalismo.
La gran diferencia entre perfeccionistas y optimalistas reside en que los primeros evitan la realidad y los segundos la aceptan. Los perfeccionistas niegan los fallos; los optimalistas los toman como parte de la vida. Los perfeccionistas eliminan las elecciones negativas; los optimalistas las aceptan. Los perfeccionistas evitan el éxito y los optimalistas lo hacen suyo. “Lo que es más personal es lo más general” (Carl Rogers).

En la primera parte del libro, la Teoría, Tal nos enseña que él mismo era un perfeccionista (el campeón de squash más joven de Israel, marchó a Londres para trabajar con el campeón del mundo y le pudo la ansiedad), aunque nadie es 100% perfeccionista ni 100% optimalista. Pero los perfeccionistas se obsesionan con la meta final, en tanto que para los optimalistas el viaje es el destino (y la vida nunca ocurre en línea recta). Como en la película Click, no podemos darle al mando de mayor velocidad porque nos la perdemos. Los optimalistas valoran las sugerencias, el feedback. “Para diferentes mentes, el mismo mundo es un infierno y un paraíso” (Ralph Waldo Emerson).

Ambos se diferencian en el viaje (como línea recta, como una espiral irregular), en el error (que da miedo o es feedback), en el foco (en el destino o en el viaje), en el pensamiento (de todo o nada o de complejidad), en la postura (defensiva o abierta), en la posición (rígida o dinámica), en la exigencia extrema o en la capacidad de perdonar. Los perfeccionistas, a diferencia de los optimalistas, suelen sufrir de baja autoestima (lo han estudiado Richard Vendar y Scott Peterson), comida desordenada (Anna Bardote-Cone), disfunciones sexuales (el perfeccionismo es una de las principales causas en hombres y mujeres), depresión y ansiedad. “El cambio no es una amenaza sino un reto; lo desconocido no es aterrador sino fascinante”.
Según los psicólogos Robert Yerkes y J. D. Dodson, el rendimiento va aumentando enfunción de la activación, hasta un punto en que disminuye (el gráfico tiene forma de U invertida). Si la activación es baja, la actividad es letárgica (complaciente); si es demasiado alta (como les suele ocurrir a los perfeccionsitas), el miedo y la ansiedad bloquean. Más que ir al 100%, aprovechar la regla de Pareto del 80/20.
Es importante, para no caer en el perfeccionismo, aceptar las emociones. Dejar que fluyan, porque si se suprimen se perpetúan los desórdenes de ansiedad (Richard Wenzlaff y Daniel Wenger). La aceptación es esencial, que no tiene que ver con la resignación (“significa que lo que está pasando está pasando”). Porque, como nos enseñó Carl Rogers, “la paradoja curiosa es que cuando me acepto a mí mismo como soy, entonces puedo cambiar”.
Aceptar el éxito. Sísifo, como arquetipo griego, era un perfeccionista. Odisea (Ulises), un optimalista. Se trata de aceptar el éxito, de apreciarlo (“cuando apreciamos lo bueno en nuestras vidas, lo bueno crece y tenemos más de ello”), de agradecer (los estudios de Robert Emmons y Michael McCullough demuestran el valor de la gratitud). Cada día, desde el 19/9/99, Tal Ben Shahar escribe al final de la jornada cinco cosas, pequeñas o grandes, a las que le está agradecido (fue una recomendación de Oprah Winfrey en su programa, tres años antes de las investigaciones de Emmons y McCullough), porque como escribió Ciceron, “la gratitud no es sólo uno de las mayores virtudes, sino la madre de todas las demás”.
Para TBS, Aristóteles es el padre del optimalismo, por animarnos a conocer la realidad a través de la percepción (a diferencia del idealismo platónico). Hemos de reconocer el mundo tal como es.

La segunda parte del libro trata de Las aplicaciones: la educación óptima (en el término medio; por ejemplo, la valentía, entre la cobardía y la temeridad o el modelo Montessori, de “libertad en un entorno estructurado”), la mentalidad (Carol Dweck distingue entre los que tienen una mentalidad fija y los que quieren mejorar), el trabajo óptimo (aprender de los errores; la microgestión como perfeccionismo) y el amor óptimo (las dos canciones preferidas de Tal son “I will always love you” de Whitney Houston y “Let’s talk about love” de Celine Dion; el autor se basa en las investigaciones de John Gottman y en las de Peter Fraenkel sobre los “puntos de placer de 60 segundos”, pequeños momentos de intimidad, al menos 3 diarios; el sexo: “nuestro potencial sexual es mayor a los 50 o 60, y el sexo con una pareja con la que hemos estado durante décadas es mejor que con una nueva”, David Schnarch).

La tercera parte es de Meditaciones: sobre el cambio real, la terapia cognitiva (el proceso PRP: Permiso, Reconstrucción, Perspectiva), los consejos imperfectos, el mundo sin emociones (“¿un mundo feliz?”), el papel del sufrimiento (“la sabiduría emerge de la experiencia de sufrir”), la regla de platino (“no te hagas a ti misma lo que no harías a los demás”), el “sí, pero” tan dañino, la industria regeneradora, la gran decepción y lo milagroso como algo común. En la conclusión, el autor se define como perfeccionista, pero también (gracias a lo que ha aprendido y divulga) como un optimalista.

Esta tarde he ido, en primera sesión (16.30 horas) a ver Crónica de un engaño, de Richard Eyre, que abrió el penúltimo Festival de San Sebastián. He ido porque el argumento está basado en un relato de Bernard Schlink (autor de El lector, novela que me encantó) y por el duelo interpretativo entre Liam Neeson (La lista de Schindler, Michael Collins) y nuestro Antonio Banderas, además de la elegante e inteligente Laura Linney (El show de Truman, La vida de David Gale, Love actually). La guía del ocio describe así la película: “Peter (Neeson) y Lisa (Linney) viven en la comodidad que supone un matrimonio duradero. Ella es diseñadora de zapatos y él, director ejecutivo de una compañía de software. Un día Lisa desaparece y Peter, desesperado, lee sus e-mails secretos y descubre que su esposa tenía un amante italiano (Banderas). Deseando conocerle y sin descartar el asesinato, Peter viaja hasta Milán y se hace su amigo, sin confesarle su verdadera identidad. El tipo es un hombre de apariencia formal, apasionado del ajedrez y que también oculta unos cuantos secretos. Peter se hará pasar por su mujer a través del e-mail para intentar tender una trampa al italiano”.
La película me ha gustado y me ha hecho pensar bastante. En un momento dado, Rafe (Banderas) le pregunta a la mujer interpretada por Laura Linney: “La pregunta es: ¿Con quién eres más feliz?” Ella responde: “¿Ahora? Ahora, contigo. Y después, con otro”. Para uno (Banderas), todo lo que hacía ello era perfecto. Para el otro (Neeson), era ceguera. Y el italiano le confiesa al británico, una vez que se ha desvelado todo: “Los fracasados somos muy buenos embelleciendo las cosas”.

De la prensa de hoy, además de la página de Tino Fernández en Expansión & Empleo sobre La felicidad en el trabajo, el Cine de Gestión de Iñaki García de Leániz sobre una película iraní tan interesante como minoritaria, el comentario de un servidor sobre La dinámica espiral en El País Negocios y un artículo en el mismo suplemento sobre la gestión del talento (con ejemplos de Banesto e Iberdrola), los distintos análisis sobre La nueva pasión por el fútbol (John Carlin, en El País Semanal) y sobre La Roja: en Marca, Rubén de la Red (El espíritu ganador de La Roja), Enrique Ortego (La Roja pisa las huellas del Barça) y la entrevista de Miguel Ángel Lara a Sergi Busquets (“Xavi es el jugador más importante de la selección”); en La Razón, el artículo de Julián Redondo (La Roja, el capricho más rentable), que hace alusión al valor de nuestra selección, 303 M €, por encima de Argentina, Inglaterra y Brasil, y una encuesta en la que el 68’2% de los españoles ve a “La Roja” campeona; en El Mundo Negocios, Los anunciantes aprovechan el tirón de La Roja, por Víctor Cruzado : casi una veintena de sponsors, 26 M € anuales; en ABC, las opiniones de los tres capitanes, Iker, Puyol y Xavi: “Los pilares del equipo son fútbol, madurez, humildad y confianza”.

Me he llevado una gran alegría por el ascenso a primera división de la Real Sociedad (felicidades a mis buenos amigos de Donosti) y del Levante, así como por el triunfo histórico de Sandro Rosell como nuevo Presidente del Barça, en cuya candidatura ocupa un importante lugar mi buen amigo (epiloguista de Liderazgo Guardiola) Gabriel Masfurroll. Enhorabuena. Bien mereces formar parte del equipo directivo que conduzca esta nave.

Finalmente, para seguir el consejo de Tal Ben Shahar, voy a apuntar diariamente en este blog cinco muestras de gratitud por personas o cosas: charlar con mi hija Zoe (y ayudarle a preparar el examen de matemáticas de mañana), la peli que he mencionado, el paseo de casi una hora esta tarde, el libro de TBS y la amistad de Gabriel, que me ha contestado inmediatamente al SMS de felicitación que le he puesto a las 11.50 horas, en cuanto se han proclamado los resultados finales.

Tenemos mucho que trabajar cada uno de nosotros para poder dar la mejor versión de nosotros mismos. Al menos, es mi caso y así lo asumo.