Las dos sesiones
de Coaching de Equipo en el Programa
de Liderazgo Innovador y Coaching Estratégico de ESIC Zaragoza han sido una
maravilla. Básicamente, porque los integrantes del Programa son un Equipazo y
da gusto aprender juntos. Mi agradecimiento y mi felicitación a Gabriela, Mª
José “Vendaval”, Noelia, Silvia, Alfredo, Hans, Javier, Jesús, Jorge, José
Antonio, José Luis, Juan L. y Juan R. Sois una maravilla de personas y de profesionales.
Y eso que esta mañana estaba un poco
“tocado” por el fallecimiento ayer del gran Juan Luis Galiardo. He tratado de
acordarme cuándo conocí a Galiardo por primera vez; seguro que fue Manolo, un
amigo común, quien nos lo presentó. Recuerdo que presentamos mi libro
“Shakespeare y el desarrollo del liderazgo”, con su obra Humo (en escena, Juan Luis Galiardo y Kiti Manver, nada menos),
organizado por APD con el patrocinio de Vodafone, Caja España y Kellogs. Y
luego nos fuimos a cenar por ahí. Rubén Turienzo (Carisma Complex) recordaba hoy en Facebook que en la presentación
de su Dirige de cine, que tuve el
honor de prologar, le pedimos un día antes que participara en la presentación
(el director de cine que teníamos previsto se quedó colgado en Bruselas) y por
supuesto se prestó, haciendo una presentación maravillosa. Cena en Granada, con
Manolo, Kiti Manver y su hermana, tras disfrutar de un A la luz de Góngora, en el que componía un Polifemo espectacular.
En unos premios en Madrid (en el hoy teatro Haagen Dazs). En el Museo del
Ferrocarril, cuando grababa las obras de Valle Inclán para televisión (Martes de Carnaval). Y en Sevilla… Me
acongojó (de lo bien que lo hizo) como el General Armada en la serie sobre el
23-F. Y la última vez, también en la capital hispalense, con parte de su
familia, tras disfrutar de un Avaro
de Moliére que refleja como pocos esta actual crisis de valores. Muchos
recuerdos de estos años, de un Galiardo sensacional para el que actuar servía
de terapia. Él se consideraba un huérfano (en todas las mujeres a quien buscaba
era a su madre) que había vivido de todo… ¡Qué talento tan impresionante!
Gaditano (de San Roque) de nacimiento, extremeño (Badajoz), de infancia,
ciudadano del mundo… Decía Juan Luis que le hubiera gustado ser como las 3 F:
Fernán Gómez, Francisco Rabal y Fernando Rey. Pero él tenía identidad propia:
era Galiardo, a secas. Yo le decía, en muchas ocasiones, que era el mejor actor
del cine y teatro español que nos quedaba vivo. Con sus propias ideas, con su
ímpetu, con su grandeza.
Su obra, sus interpretaciones, quedan para siempre. Como homenaje hoy,
después del partido de La Roja contra
Francia, en plena noche de San Juan (víspera de su cumpleaños y del mío) me voy
a ver en la 1 de TVE El caballero Don
Quijote. ¡Qué gran película de Gutiérrez Aragón, producida por Juan Gona,
con Carlos Iglesias como Sancho. Lloré en su día cuando la vi en el cine y me
ocurrirá lo mismo, hoy (los Quijotes merecen nuestras más íntimas emociones).
Galiardo es, junto con Peter O’ Toole, el único que ha interpretado al
Caballero de la Triste Figura y a su autor, Miguel de Cervantes.
Estos días voy a volver a disfrutar además de cintas como Miguel y William, de Inés París (donde
interpreta a un Cervantes maduro, pura fascinación); Suspiros de España (y Portugal), de José Luis García Sánchez (una
comedia divertidísima, en la que hace tándem con Echanove); Familia, de Fernando León de Aranoa
(Galiardo se alquila una familia a su gusto); La chispa de la vida, de Álex de la Iglesia (en la que interpreta
al alcalde de Cartagena; brutal); Soldadito
español (donde Juan Luis hace de padre de Paco Bas, el soldadito
protagonista novio de Maribel Verdú) y Marco
Antonio y Cleopatra, dirigida por Charlton Heston (la mayor historia de
amor del teatro shakespeariano, muy por delante de Romeo y Julieta). Con la de esta noche, siete pelis como siete
soles. De sus 180 películas, tendrán que quedar para más adelante Estrés es tres tres, de Carlos Saura,
las otras dos de la trilogía de Suspiros
de España, El disputado voto del
señor Cayo y Don Juan, mi querido
fantasma.
De las declaraciones de sus compañeros de profesión en el tanatorio de la
M-30 me quedo con las de Juan Echanove (“Galiardo interpretaba a
"dentelladas", era un "actor felino" de un "talento
enorme" y una gran "fuerza de la naturaleza". Estaba hecho para
"vivir al límite" y ser generoso, y dotado de una "pasión
desbordante". "No dejaba indiferente a nadie. Consiguió borrar las
huellas de lo malo y meterlas en las huellas de lo bueno. Tengo de él recuerdos
imborrables. Era un ejemplo de entereza y de privacidad"), de Imanol Arias
(ha destacado de Juan Luis su "enorme vitalidad", su "cariño por
la vida" y el hecho de que se "extralimitaba en todo lo bueno y era
tacaño con lo malo"), de Jesús Bonilla (ha dicho de Galiardo que se
ocupaba más de sus compañeros que de él mismo y que le debe "media
vida"), del director José Luis Cuerda (que se veía con Juan Luis "más
en la vida civil que en la profesional" y que él tenía el "talento
metido en los cajones". "En cuanto abría los cajones, el talento
salía zumbando (...). Era una lagartija con la cabeza. Es uno de los actores
que han hecho que el cine español sea muchísimo mejor de lo que dicen aquellos
que no van a ver cine español") o de Alberto Closas (que ha destacado de Galiardo su carisma, su pasión y su
vitalidad). En un mundo donde la mayoría quiere “quedar bien”, “adaptarse” y
“pasar desapercibido”, el bueno de Juan Luis Galiardo era una fuerza de la
naturaleza con motor propio, que sabía exprimir la vida.
“No renuncio a mi época de galán, pero no es la más hermosa de mi vida.
De no haber sido actor, me hubiera gustado ser un atleta. (…) Creo que no
hubiera sido un buen ingeniero agrónomo”. “Uno
es de joven Tenorio y Quijote cuando avanzas en el tiempo. La suma del Quijote
es un Tenorio devenido en hidalgo”. “El cine te da una enorme popularidad; la
televisión, populismo. Y el teatro te da dignidad” (Juan Luis Galiardo).
Le habría gustado interpretar al Rey Lear en teatro. Y a mí, ayudarle a
escribir su biografía. Porque la grandeza de Galiardo es la grandeza de nuestro
país, que últimamente confunde, como ha dicho Eduardo Galeano, la grandeza con lo grandote.