Permanecer estas semanas al otro lado del Atlántico
te aporta una distancia, no solo geográfica sino mental y emocional, que te
permite escribir entre otras cosas sobre temas controvertidos del Liderazgo.
Entre ellos, el divorcio de Rajoy. Y no me refiero a
un cambio en el estado civil de Don Mariano (le deseo todo lo mejor con su
esposa, Elvira Fernández Balboa, con quien “matrimonió” un 28 de diciembre de
1996), sino en el divorcio entre el presidente del gobierno y una buena parte
de la ciudadanía española.
En términos cuantitativos, según los expertos de
Sigma Dos el Partido Popular ha perdido desde el 20-N nueve puntos en intención
de voto, lo que no deja de ser una barbaridad. Un 56% de los españoles tiene
una mala imagen del Sr. Rajoy Brey, y un 18% buena (el consuelo que le puede
quedar al partido gobernante es que el principal partido de la oposición no
recoge prácticamente nada de ese desencanto y que el Sr. Pérez Rubalcaba es aún
peor valorado que el primer ministro).
En términos cualitativos, un par de opiniones al
respecto. En un artículo titulado Nuestro
Monti, el polémico periodista Salvador Sostres escribía: “Rajoy no se
comerá los turrones. Tal vez no pase ni de octubre en La Moncloa. Ha demostrado
una deslealtad absoluta y una flagrante deslealtad hacia los españoles. Quiso
ayudar a su amigote a ser presidente de Andalucía, con el éxito que todos
pudimos conocer, y un intolerable ejercicio de irresponsabilidad y de necedad
dejó de tomar las urgentes medidas que España necesitaba. Y luego tampoco ha
hecho nada, o casi nada, tal que creyendo que, si no era tan drástico, no
sufriría tanto desgaste. La catástrofe es de dimensiones tales que Rajoy ha
perdido cualquier credibilidad en Europa, y por incompetencia y cobardía ha
acabado de hundir lo poco que quedaba en pie. No era mucho, pero era algo. De
haber tenido coraje, determinación y valentía, habría podido sentar ya las
bases de la recuperación. El único debate serio es quién será nuestro Monti.
Rajoy caerá en otoño, si es que no cae mañana, o pasado. La situación era
especialmente difícil, pero él ha resultado especialmente nefasto” (El Mundo, 24 de julio).
José Antonio Zarzalejos, por su parte, escribía en Elconfidencial.com (25 de julio) lo
siguiente: “El volumen de la ausencia de Mariano Rajoy resultó de tal calibre
que demedió hasta niveles insospechados su ya deteriorado liderazgo. Si cuando
colapsa el sistema económico; si cuando nuestras empresas sufren una
descapitalización que las retrotrae a valoraciones de hace diez años; si
nuestro diferencial financiero con el bono alemán está disparado (638) –y se ha
doblado en menos de seis meses-; si pagamos intereses insoportables en la
financiación con letras con vencimientos a meses; si el exsupervisor financiero
pone en la picota al Ejecutivo e inserta una cuña en el corazón del propio
Partido Popular, si Francia e Italia se indignan con nuestro ministerio de
Exteriores, si cunde el desconcierto… y el presidente del Gobierno no se digna
lanzar un mensaje -bastaba un canutazo, una aparición, una entrevista- es que
Mariano Rajoy no está a la altura de las circunstancias y desde luego, se
encuentra sideralmente alejado de las expectativas de sus votantes -entre los
que me cuento, por cierto-que comienzan a experimentar la amargura de la más
terrible simetría coloquial que recorre los mentideros de la Villa y Corte
según la cual, Zapatero fue al PSOE lo que Rajoy es al PP. ¿Exageración?,
¿decepción?, ¿rabia?, ¿impotencia?... Cabe la esperanza de que si así fuese –si
ese paralelismo resultase cierto- el PP no se parezca al PSOE y los populares
no permitan que su líder y el del Gobierno destroce a la derecha española y
condene a nuestra democracia a un mapa partidario a la griega”. Las de Sostres
y Zarzalejos no pasarían de ser un paz de voces críticas (muy duras, eso sí) si
el primero no escribiera en El Mundo, diario
que pidió abiertamente el voto para Rajoy el 20-N y el Sr. Zarzalejos no
hubiera sido director del ABC de 1999
a 2008.
Cuando hay un divorcio entre el líder y buena parte
de sus seguidores, ¿qué podemos hacer? ¿qué podemos aprender?
No por casualidad, en el último número de Mente Sana, la revista que dirige Jorge
Bucay, hay un artículo muy interesante de la Dra. Rosa Rabbani, especialista en
terapia familiar sistémica, sobre Cuatro
factores que predicen el divorcio. El primero es diferenciar una queja (que
se basa en una conducta) de una crítica (que está dirigida a la persona). “Una
queja manifiesta una acción específica que debe ser corregida de un modo muy
concreto; la crítica es una enmienda a la totalidad cargada de juicio
acusatorio. Es importante prestar atención a las palabras”.
La segunda clave es el desprecio, “hermano gemelo de
la crítica”. Se manifiesta a través del sarcasmo, el cinismo, la burla, la
hostilidad. La respuesta al desprecio es la actitud defensiva, o la evasión.
“Cuando la víctima vislumbra que (su pareja) está a punto de estallar, intenta
evitar el conflicto a toda costa, y por eso huye; una fuga que suele traducirse
en una ‘desconexión emocional’ de la relación”. Para muestra, nuestro
presidente del gobierno, taciturno, dirigiéndose a los olímpicos españoles
antes de partir hacia los juegos de Londres.
La evasión de uno provoca la soledad del otro: tercera
clave. “Sin embargo”, nos enseña la Dra. Rabbani, “la habilidad que mejor
predice la felicidad y sostenibilidad de una relación es la capacidad de
ejercer intentos de desagravio”. Es decir, los esfuerzos por mitigar la
tensión. En otras palabras, pedir disculpas, corregir errores… En definitiva,
la combinación de críticas, desprecio, actitud defensiva y evasión predicen en
un 82% el fracaso de una relación. Porcentaje que se eleva al 90% si no hay
capacidad de ejercer el desagravio.
Si deseamos una relación, según John Gottman, hacen
falta en pareja cinco emociones positivas por cada emoción negativa. Y en
términos organizativos, al menos tres emociones positivas por negativa (Barbara
Fredrickson). Si un/a líder solo te aporta emociones negativas, por
voluntarioso que sea, se está suicidando como tal.
Para aprender de aquello en lo que La Roja funciona y nuestro país (todavía) no,
siete diferencias básicas entre el caso que nos ocupa y el admirado Vicente del
Bosque:
- Aunque algunos periodistas se quejaron de que
jugara el primer partido de la Eurocopa sin delantero centro, no le criticaron
a él como seleccionador. Nadie dudaba de su voluntad y de su capacidad de
trabajo.
- No se empecinó, sino que realizó cambios de
jugadores que siempre resultaron acertados. Corregir es de sabios.
- Siempre dio la cara, antes y después de los
partidos. No se ocultó jamás, ni en el empate ni en la victoria. Y fue el
primero en la autocrítica.
- Le dijo asertivamente a los españoles cuál era su
parte en esto (“hemos pasado de pobres a ricos en poco tiempo”).
- Apostó por el equipo por encima de los individuos,
generando un clima de satisfacción, rendimiento y desarrollo. Talento colectivo
desde la responsabilidad.
- Mantuvo una identidad, un modo de juego, por
encima de las polémicas.
- Desde su estilo “zen”, tan tranquilo, y su
filosofía de que “todo lo que sucede, conviene”, se permitió ironizar y mostrar
sentido del humor.
Estas siete diferencias pueden resumirse en una: el
líder de La Roja nos dio esperanzas
para ganar la Eurocopa. Porque la Esperanza es más importante que el miedo. El
miedo nos bloquea, saca lo peor de cada uno de nosotros; la esperanza
ilusionante eleva nuestra capacidad y nuestro compromiso y nos hace fluir.