Lo dijo el
economista Daniel Lacalle, autor de Nosotros,
los mercados, al concluir la entrevista de Susanna Griso en Espejo Público: “Se está
destruyendo el estado del bienestar para mantener el bienestar del Estado”.
Tanto el gobierno
anterior como el actual se han negado a reformar la administración. Y, dada la
presión social, ayer el presidente Rajoy presentó una “reforma de las
Administraciones Públicas” que a primera vista parece un conjunto de paliativos
muy superficiales. Eso sí, lo hizo en el Palacio de la Moncloa y con toda la
parafernalia. Mucho ruido y pocas nueces.
En primer
lugar, la “reforma” es el resultado de una “auditoría” (no de un plan de
mejora, como harían profesionales de nivel en una empresa profesionalmente
gestionada). Ya es mosqueante, e indica que quienes llevan la cosa pública
tienen escasa experiencia de dirección, por no decir ninguna.
Las 217 medidas
se refieren a que las comunidades autónomas prescindan de sus agencias
meteorológicas, de sus consejos de la competencia y de sus agencias en el
extranjero, o se avance en la tecnología digital más allá del papeleo
burocrático. Después de meses y meses de análisis, ¿esto es todo lo que puede
hacerse? Medidas mínimas, que dependen básicamente de las propias comunidades
autónomas, y que no van al núcleo de los auténticos problemas. Como ha dicho el
presidente del gobierno, España dedica un 43’3% del PIB al sector público, en
tanto que en nuestro entorno alcanza el 49%. Dos tercios se dedican a gasto
social; y respecto al empleo, el 25% es aparato administrativo y el 75%
policía, ejército, judicatura, médicos y profesores.
¿Qué nos
proponía el FMI, también ayer? “Profundizar” en la reforma laboral (abaratar
aún más los despidos y simplificar los contratos), mejorar la competencia,
crear empleo a cambio de reducir salarios, mejorar el régimen de insolvencias,
sanear la banca (calidad y cantidad del capital, mejorar el crédito), reducir
el ritmo de los recortes, reducir las pensiones, reformar (pero de verdad) la
administración, unión bancaria y mantener la opción del rescate.
En fin, que con
la “reforma” de la administración, en el mejor de los casos, se evitarán 120
duplicidades, se venderán 15.000 inmuebles y se ahorrarán 8.000 M €.
Daniel Lacalle,
en un artículo de The Wall Street Journal
“Recipe for a Spanish Comeback” (http://online.wsj.com/article/SB10001424052702304782404577488283442408896.html).
Propuestas mucho más valientes que las del gobierno: dejar de añorar el
ladrillo (entre 2003 y 2008, la recaudación
per cápita creció un 40% por este concepto; ya no volverá a ocurrir) y
centrarnos en atraer capital, reducir impuestos (especialmente renta y
sociedades), reformar estructuralmente las administraciones públicas (más allá
de las duplicidades) y cercenar subvenciones (15.000 M €, además del rescate
bancario). Meter el lápiz rojo a los salarios públicos, a los asesores (muchos
de ellos, amiguetes y miembros del partido sin cualificación para ser realmente
asesores) y administraciones duplicadas (22.000 M €), inversiones improductivas
(en infraestructuras, 11.000 M €) y subvenciones.
Y ya, si fueran
más allá, conseguir que la administración pública esté gestionada
profesionalmente. Por poner un ejemplo, según un estudio de PwC, el absentismo
supone que más de un millón de empleados no van a trabajar cada día, lo que significa
un coste de 64.000 millones de euros (ocho veces lo que se pretende ahorrar con
esta “reforma” de la administración). ¿Por qué en Mercadona, por ejemplo, el
absentismo es del 0’78% y no está en la media del 6%? No es que proponga ese
modelo para la administración, pero gestionar profesionalmente la misma se hace
imprescindible. Recordemos que el absentismo guarda correlación con el clima laboral y éste está muy relacionado (en
un 70%, nada menos) con el liderazgo –o la falta de él- de quien dirige un
equipo.
En fin, que la
frase de Lacalle es una variante de El
Gatopardo de Lampedusa: “Si queremos que todo siga como está, es necesario
que todo cambie”.
Mi gratitud a
quienes siguen proponiendo medidas valientes para salir del atolladero.