La empresa como escuela creativa. Lo último de Ken Robinson


Viernes de reuniones (presenciales y telefónicas) en Madrid y café con mi amigo Paco Carreras, presidente de AECOP Levante y del Rotary en Alicante Puerto, con quien he disfrutado de un diálogo entrañable.
Por la tarde he visto ‘Still Alice’ (Siempre Alicia), dirigida por Richard Glatzer e interpretada por Julianne Moore y Alec Baldwin. Es la historia de Alice Howland, profesora de lingüística de la Universidad de Columbia, que a los 50 padece Alzheimer. Óscar a la mejor actriz por este drama tan entrañable. Basado en la novela de Lisa Genova, el guión del propio Glatzer y Wash Westmoreland es sumamente clarificador de lo que significa esta enfermedad de la pérdida de memoria. Zoe me ha contado que en la peli la prota es profe de Columbia porque Harvard no les dejó los derechos.

He estado leyendo ‘Escuelas creativas. La revolución que está transformando la educación’, de Ken Robinson. Sir Ken es toda una celebridad: dio clases en Warwick durante 12 años y su vídeo TED de 2006 es uno de los más vistos. Tuve la suerte de conocerle en Pamplona con motivo del primer congreso de talento en Navarra. Si bien me apasiona la educación como generadora de talento, tenía especial interés en el paralelismo de la empresa humanista como organización para aprender, como “escuela creativa”.
Ken Robinson distingue entre aprendizaje, formación y escuelas. “Aprendizaje” es el proceso mediante el cual se adquieren conocimientos y destrezas. Educación hace referencia a los programas de aprendizaje organizados. Formación es un tipo de educación que se centra en el aprendizaje de destrezas (habilidades) especificas. Escuela no solo son los centros educativos, sino cualquier comunidad que se reúne para aprender. Para el autor, “la finalidad de la educación es capacitar a los alumnos para que comprendan el mundo que les rodea y conozcan sus talentos naturales con objeto de que puedan realizarse como individuos y convertirse en ciudadanos activos y compasivos”. A Robinson le gusta la famosa frase de H. G. Wells: “La civilización es una carrera entre la educación y la catástrofe”. Más cierto que nunca. El desafío educativo y empresarial no es reformar el sistema, sino transformarlo.
En el 92, Bill Clinton dijo que quería que se le recordara como el presidente de la educación (en fin). George W. Bush y Obama emprendieron reformas educativas. Lo mismo, la presidenta de Brasil Dilma Rousseff. Sin embargo, los informes PISA demuestran que son los países asiáticos quienes están realmente destacando.
“La educación influye de forma decisiva en la prosperidad”. En EEUU, la inversión en formación y educación supuso 632.000 M $ en 2013; en todo el mundo, 4 B $. Además de la razón económica, en pro de la educación están la cultural, la social y la personal. Las estrategias de reforma son la normalización, la competencia y la privatización.
En 2012, el 17% de los estudiantes con bachillerato eran incapaces de escribir y leer con fluidez y tenían problemas básicos con la ortografía, la gramática y la puntuación. En 2006 (National Geographic) el 21% de los jóvenes de 18-24 años no sabían situar el Océano Pacífico en el mapa. En 2008, IBM analizó las capacidades más valoradas por los líderes en los empleados. La nº 1: la capacidad de adaptación a los cambios (flexibilidad). La 2ª, la creatividad para generar nuevas ideas. La educación también conecta con la salud: en los últimos 45 años, la tasa de suicidios se ha elevado un 60% en el planeta, y es una de las primeras causas de mortandad entre los 15 y 45 años.
Para empezar, hemos de cambiar de metáfora. De la industrial a la orgánica. Los procesos industriales son lineales, tienen que ver con la demanda del mercado, se basan en la división del trabajo, generan mucho desecho (abandono escolar), deterioran el medio ambiente. Los sistemas vivos impulsan el desarrollo y el bienestar (de l@s alumn@s), son interdependientes (en términos ecológicos), cultivan los talentos y son equilibrados (desarrollo de l@s alumn@s a través de la compasión, la experiencia y la sabiduría práctica). “La educación debe capacitar a los alumnos para convertirse en personas responsables e independientes económicamente”. Las competencias del siglo XXI son tanto interdisciplinarias (conciencia planetaria; cultura financiera, económica, comercial y empresarial; cultura cívica; cultura sanitaria; cultura ambiental) como para el aprendizaje (creatividad e innovación, pensamiento crítico y resolución de problemas, comunicación y colaboración) y para la vida personal y laboral (flexibilidad y adaptabilidad, iniciativa y autonomía, competencias sociales y transculturales, productividad y responsabilidad, capacidad de liderazgo y responsabilidad).
Las escuelas (y las empresas) han de saber convivir con la complejidad, con un mundo VUCA. En 2014, unos 7.000 M de conexiones a internet, más que personas en el planeta. Este 2015, se habían duplicado. Cada minuto (de 2014), 204 M de emails, 6 M de visitas a Facebook y 47.000 aplicaciones descargadas, 2 M de búsquedas en Google, 1’3 M de Youtube, 39 h de vídeo. Tardaríamos cinco años en ver lo que se sube cada segundo.
De niños, somos aprendices natos. El problema es de (falta de) libertad para aprender, de diversidad de la inteligencia (inteligencias múltiples). “Para estar en nuestro elemento, el talento debe encontrarse con la pasión”. La diferencia está en “el arte de enseñar” (motivar a los alumnos, facilitar el aprendizaje, capacitar), en la enseñanza creativa, en la enseñanza como diversión. Motivación, confianza y creatividad que ya reivindicaba el humanista Erasmo de Rotterdam en el Renacimiento.
¿Qué merece la pena saber? Las 8 C: Curiosidad, Creatividad, Crítica, Comunicación, Colaboración, Compasión, Calma, Civismo. Son esenciales las artes, las humanidades, el lenguaje, las matemáticas, la educación física, ciencia. Método correcto y espíritu diferente. El plan de estudios debe tener como características la diversidad, la profundidad y el dinamismo.
¿Y los exámenes? “La economía mundial ya no nos paga por lo que sabemos; ya tenemos a Google que lo sabe todo. La economía mundial nos paga por lo que somos capaces de hacer con lo que sabemos” (Andreas Schleiber, responsable de Educación y Competencias de la OCDE). La evaluación es parte integral de la enseñanza y del aprendizaje; debe fomentar la motivación, el rendimiento y los niveles de referencia (claros y coherentes).
Dirigir con principios. Es clave el Liderazgo. Robinson pone como ejemplo a Álex Ferguson (el Manchester United vale 2.330 M $ según Forbes, un 26% que los New York Yankees). Transformar la cultura, tanto en hábitos como en hábitat (entorno físico). Se trata de abonar el terreno, derribar rumbos, romper filas y abrir brecha.
Y finalmente, “de vuelta al hogar”. El equilibrio de vida personal y profesional. Robinson quiere acabar con un mensaje de esperanza: cambios importantes (mejores prácticas) en Argentina, China, Oriente Medio, Escocia, Ottawa. El problema (en la empresa y en la escuela) es la aversión al riesgo, la cultura e ideología imperantes, del ordeno y mando (los jefes “se sienten atraídos por los planteamientos autoritarios), de organizar el cambio.
Un libro alabado por Malala Yousafzai (premio Nobel de la Paz 2014), Seth Godin, Howard Gardner y Richard Gerver.

Ken Robinson menciona a John Hattie, investigador de la Universidad de Auckland, que ha analizado los 140 factores que influyen en el rendimiento escolar (y apostaría que también en el laboral) y del que me ha hablado elogiosamente la gran Carmen Pellicer. El primero de estos factores son las expectativas: lo que los profesores esperan de los alumnos. Efecto Pigmalion. En ‘Mentalidad ganadora’, Unai Emery y un servidor hablábamos de las expectativas del coach respecto a sus futbolistas. Leeré a Hattie, que me interesa mucho. Gracias, Carmen, por la recomendación.