Con hambre no se puede pensar y otras lecciones para educar al cerebro


La (cuarta) temporada va acabando, y hoy martes hemos tenido Comité de Dirección (por la tarde) y reuniones internas (por la mañana). A las 7 pm, Sonsoles Escribano me ha invitado a una interesante reunión en la Universidad Camilo José Cela (SEK) sobre educación y la responsabilidad paterna/materna.

Recordamos este día dos momentos importantes de nuestra historia, uno amargo y el otro alegre: hace 20 años (1997), el secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco, que cambió para siempre, con aquel “Basta Ya”, la lucha contra el terrorismo etarra. Y hace 7 años (2010), la final del Mundial de Sudáfrica que ganó La Roja con el memorable gol de Iniesta (lo contamos Leonor Gallardo y un servidor en ‘La Roja, el triunfo de un equipo’). Si quieres recordar ese precioso momento, www.youtube.com/watch?v=nmVstWkIpY0 19 pases después de 116’ de juego: eso es SER UN EQUIPO. “En ese momento escuché el silencio”, recuerda Andrés.

He estado leyendo el libro ‘Educando al cerebro’ de la Fundación Williams que me regaló en Girona el Dr. Fabricio Ballarini (gracias, Fab, y buen viaje a Buenos Aires). Se trata de un proyecto de éxito iniciado en diciembre de 2013. Más de 35 oradores en cuatro brillantes jornadas.
Precisamente Fabricio Ballarini (neurocientífico de talla mundial) inicia la obra con el capítulo ‘Con hambre no se puede pensar’. Fab se atreve a explicar (con resonancia magnética) que hay una notable correlación entre la superficie cortical y el nivel socioeconómico y educativo. “Correlación que, triste y obviamente, resultó ser negativa”. Yendo por partes, hay un vínculo muy significativo entre años de formación de los padres y tamaño de algunas regiones cerebrales relacionadas con el lenguaje, la lectura y las funciones ejecutivas de los hijos (un 3% entre secundaria y licenciatura). Cuando se analizan los ingresos económicos, la diferencia en el neocórtex es del 6%. A partir de la clase media no hay diferencias. “Lo que sí es absolutamente necesario es tener un ingreso mínimo que te libere del ancho de banda mental para poder pensar inteligentemente y tomar buenas decisiones”. En definitiva, “cuando decimos que más ciencia es más libertad, lo decimos en serio”. Brillante.
‘¿Para qué sirve leer?’, se pregunta Diego Torres. Porque “la lectura no es un acto natural” (Maryanne Wolf). Leer nos da placer: se activan las mismas zonas (núcleo accumbens) que frente al amor, el chocolate y toda sustancia o conducta que nos gratifique. “Cuando uno lee por placer, la lectura no es más que un esfuerzo inútil, un ardor improductivo cuya magia reside en esa característica. No se lee para nada en particular, sino para leer. Para disfrutar, para imaginar, para vivir”. Bienaventurad@s quienes disfrutamos con la lectura.
Dirego Golmbek trata las “neuroficciones” (“neuromitos”, lo llama Ballarini), como la música del cerebro o las series en las que los detectives se las saben todas. ‘Una imagen (del cerebro) vale más que mil palabras’, nos enseña Eugenia López. Cecilia Martínez ataca (con razón) al multitasking: “nos crea la falsa ilusión de que podemos completar a la perfección todas las tareas sin sacrificar nada a cambio”. Un espejismo. ‘Pequeños maestros’ (Cecilia Martínez): porque “nuestros estudios no son como juegos, son juegos”. ‘1.000 palabras para trasmitir una idea’ (Natalia Rubinstein): la célula tumoral.
Valeria Abusamra nos explica la comprensión lectora desde la teoría de las ideas (Platón) y los procesos psicológicos (Aristóteles). ‘Programar o ser programados. Argentina ya eligió’ (Fernando Schapachnik): sin capacidad crítica, la ciudadanía sale perdiendo. ‘Neuromagia’ (Andrés Rieznik): Es el arte del engaño, no para la estafa o la confusión, sino para el asombro y la reflexión. Pensamos y hablamos sobre cómo pensamos (Amalia Hafner): Hay “metáforas que decimos, metáforas que nos dicen”. Jugar (TaTeTi) le gana a prestar atención en clase (Guido Giunti): 60-80% del tiempo lo pasamos cometiendo errores y corrigiendo. ‘¡Manos a la ciencia!’ (Valeria Edelzstein): el laboratorio nos hace salir de la zona de confort. ‘Ilimitada-mente’ (Fernando Bermejo): “Los avances científicos nos indican que todos los procesos mentales están relacionados con la manera en que funciona nuestro cerebro”. ‘Vacuna contra la ignorancia’ (Ezequiel Arrieta): un terreno fértil contra la “inmunidad colectiva”.
‘La reserva (ecológica) del cerebro’ (Lionel Müller): “la mayoría de las veces, las soluciones rápidas y mágicas no existen”. Sofía Camussise se pregunta si el genio nace o se hace. La escuela ha de servir para guiar vocaciones (la genialidad, como todo talento, se cultiva). ‘Mensajes dentro de tu cerebro’ (Pedro Beckinschtein): la ciencia permite ver más allá de lo evidente. ‘Emociones positivas en el aula’ (Jesús Guillén): despierta la curiosidad, elogios adecuados, dejar que elijan, conexión con la comunidad, jugar, sonreír. ‘Ser o no cer’ (Pablo Molinari): el lenguaje. Julia Hermida nos habla de “neuromito” de los tres primeros años; Ricardo Marcos, neurobiología de la adolescencia (prefiere situaciones novedosas y de riesgo); Anna Forés, la resiliencia desde la neurociencia en educación (con el ejemplo de Benjamin Zander); Mariano Sigman, ‘la ilusión del conocimiento’ (a partir del diálogo entre Sócrates y Menón); Rodrigo Laje, clases de ciencia (un mensaje de esperanza); Rodrigo Quian, ‘Neurociencia y educación’: “la memoria es un proceso creativo, una construcción del cerebro”; la transición del aprendizaje, por Matías Mediña (¿Cómo se llama esa app que elimina los errores ortográficos? Primaria). Melina Furman nos plantea ‘preguntas para pensar’ y finalmente Facundo Álvarez trata la naturaleza social de la risa: “Apenas entrás a un aula llena de adolescentes, identificás a los diferentes personajes del grupo”.
“Más Ciencia y Más Educación es Más Libertad”. Un libro fascinante, con las aportaciones de más de una treintena de expertos. Como escribió Fabricio en su amable dedicatoria, “ojalá sea un comienzo”. Estoy seguro de que sí.